
VIVIR COMO UN PERRO
Aún no abría los ojos, caminaba inseguro y me topaba con ciertos obstáculos, no niego que alcancé a golpearme con algunos muros, pero mantenía la esperanza de ver muy pronto la luz.
Al fin llegó el día, estaba feliz con mamá, pero la alegría duró poco. Me separaron y fui adoptado por una familia de humanos. Confieso que en un inicio la tristeza me invadió de forma increíble, pero con el transcurso de los días me acostumbré.
Todos me amaban, mi nueva mami me alimentaba bien, mi papi me compraba juguetes y el niño de la casa jugaba conmigo. Cómo negar que me sentía importante, yo, un simple perro, era realmente feliz.
Pasó el tiempo y mis energías decayeron, ya no caminaba con la misma firmeza, resultaba obvio que los años pesaban sobre mi. Como se supone, todos en casa cambiaron su comportamiento, pues yo no jugaba como antes: dar saltos o correr por todas partes me resultaba complicado.
¿Cómo evadir la realidad? Yo había envejecido.
De un momento a otro, el amor se les acabó, no sé en cuál instante se olvidaron de que yo también comía y de que a pesar de mi edad necesitaba afecto. Ya no me miraban, es más como en ocasiones actuaba con torpeza, me golpeaban constantemente y luego terminaron por botarme a la calle.
Ahora duermo en cualquier rincón de la ciudad, husmeando en la basura en busca de alimento, las personas me rechazan y me sacan de todos los lugares.
No entiendo su actitud, nos aman cuando nacemos, pero nunca llegamos a ser más que simples perros.
Con frecuencia me cruzo por la morada de mis antiguos amos, ahora tienen un gato ¡ja! Pobrecito, no sabe lo que le espera, seguro que cuando crezca, andará triste y solitario por estas calles en donde no solo se sufre sino que se es SIMPLEMENTE INFELIZ.
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