
JAZMIN ANDREA CARTAGENA
Una luz blanca, amarilla o roja quizás (los colores no se alcanzan a diferenciar, pues en esta dimensión desconocida y fascinante todos se abrazan, se compenetran y confunden al ojo humano para hacerlo gozar de una extraña felicidad donde sólo se puede contemplar la belleza abstracta a través del sentido visual) me mira insistentemente como invitándome a pasar, yo me froto los ojos con rapidez ¡Nada cambia! Me los vuelvo a frotar ¡Lo asimilo! Y al instante se abre una puerta grande (como la del cuento de Ali Babá) y de ella se esparce por los aires un humo multicolor ¿Qué será? ¿Será un baile quizás? ¡Oh no! Es mucho más, de lo que me dispongo a ser testiga es de un espectáculo visual poco común en la tierra.
Al fin me dispongo a entrar y ahí están ellos: Los ángeles ¡Si! Esos pequeños hombrecitos que nunca creí del todo que existieran y a los que siempre acusé de homosexuales, ridículos y vivos pero sólo en la imaginación de los que habitan la dimensión terrestre, pero ¡Oh sorpresa! ¡Si existen! Y ahí en ese preciso instante es que me doy cuenta de que estoy en el cielo ¡si! No sé como, tal vez sin merecerlo, pues ¿cómo alguien que trata de gays a los ángeles y a veces se confunde y cree que Dios es mujer puede entrar en el cielo? Pero sin lógica existente allí estoy, parada en dos nubes inmensas que me sostienen alegremente y me confirman que el sueño de la eternidad tal vez se haga realidad.
Pero iba en los ángeles, los veo ¡Me dan risa! ¡No lo puedo disimular! Algunos danzan y mueven su cuerpo con una armonía tal que podrías pasar el resto de tus días observándoles sin mayor problema ni afán. En otro rincón me doy cuenta como otro grupito de ángeles más rudos y dinámicos patean un balón ¡Oh Dios! Eso me motiva más y me dirijo con sigilo a ellos, los observo un rato y luego les pregunto: ¿Será que puedo jugar? ¡Sí! Pero si sos hincha del Medallo, acá solo jugamos los calidosos contesta un ángel. ¡Ja ja ja! ¡Si monita! Si Dios se da cuenta de que seguís a otro equipo te exilian, o te condenan y te mandan a vivir al infierno allá donde juegan los demás.
De un momento a otro, se escucha un ruido estrepitoso, de una de las tantas nubes resplandece una luz fuerte que al principio encandila, pero que luego produce alegría, se escuchan varias vocecitas que dicen: ¡Es él! ¡Es él! Y efectivamente ¡Es él! O ¿Ella? No lo sé bien, su pinta de pelo largo, piel tersa y sutileza no me lo dejan saber.
Sube como en ascensor, yo lo miro y ¡vaya sorpresa! Lo que mas resalta en su delgado cuerpo es la camisa del Independiente Medellín que dice campeón por siempre, luego se da la vuelta y en su espalda tiene pintado el número 10, lo señala y hace alarde de el (Confieso que al principio llegué a creer que Dios era argentino) al instante grita con una voz fuerte: “entonces qué pelados ¿Nos jugamos un picaito? Ya saben pues, el equipo perdedor pasará dos noches en el infierno o en la tierra que es peor.
Como pude apreciar, Dios es paisa lo supe por su acento y también es hincha del Medallo eso me quedó muy claro.
¡Vamos pues a picar esto! Dice un ángel de apellido Garavito (Muy malo para jugar al fútbol) y Dios le contesta: “Hágale pues papá, la picamos vos y yo” el pique lo ganó el ángel, pero Dios le repunta al instante: “¡De malas mijo, yo escojo primero porque acá mando soy yo!
¡Oh desgracia! Dios no me escogió, se fue por un ángel bajito, de gambeta y goleadorcito, después el ángel que había ganado el pique me escogió a mi (creo que le gusté porque desde el principio miraba mis senos con ansiedad, ahí me di cuenta de que los ángeles no son tan gays) y así hasta quedar los dos equipos con cinco jugadores.
La lleva Dios, saca a uno (pero con una patada) luego pasa el balón y ¡Goool! Dios da un salto y en el aire besa su camiseta, el partido va 1-0 ¡Vida hiju…! Apenas conociendo el cielo y ya me van a exiliar.
Después sacamos del medio, yo paso el balón, me lo devuelven con una pared exquisita y ¡Gooool! ¡Si! Yo, una mujer había metido el gol, pero…
¡Un momento, ese gol no vale porque yo me estaba amarrando un cordón! Agrega un ángel del equipo de Dios ¡si! ¡Si! Y haber quien va a alegar dice Dios enardecido.
¡Vaya desgracia! El partido sigue 1-0 perdiendo.
La lleva Dios, la pasa a un ángel, este saca a uno, saca a dos, se dispone a disparar al arco (que son tres nubes ubicadas de forma respectiva, parecido a los arcos de las canchas de la tierra) mi arquero le achica, le saca el balón limpiamente y de nuevo esa vocecita de Dios que ya me estaba pareciendo cansona: ¡Hermano eso es penal, no seás tan cochino!
El penal lo cobra Dios, tapa mi arquero y de nuevo:
¡Se repite, se repite! No ves pues que ese “man” estaba adelantado.
¡No, no, no! Que fiasco ya íbamos perdiendo 2- a 0 y sin esperanza mínima de empatar.
De nuevo el balón lo lleva Dios, lo cubro e intento taparle los espacios, éste me empuja y me tira al piso ¡Si! Quedé tranquila, comprobé que era hombre ¡Vaya rudeza!
Gracias al partido me quedaron claras dos cosas:
Dios no parece mujer y lo ángeles no son tan homosexuales, pues eran “morbositos” e hinchas absolutos de mi equipo.
Las luces multicolores empezaron poco a poco a desvanecerse, el humo hermoso del principio empezó a desaparecer y la puerta grande se fue cerrando.
Me volteo de un lado a otro, oigo una vocecita dulce que me dice: Mi amor, ya levántate que vas a llegar tarde ¡Es mamá! Yo sólo puedo reaccionar: ¡Ah! Estoy en la tierra o sea que siempre perdimos.
Al fin me dispongo a entrar y ahí están ellos: Los ángeles ¡Si! Esos pequeños hombrecitos que nunca creí del todo que existieran y a los que siempre acusé de homosexuales, ridículos y vivos pero sólo en la imaginación de los que habitan la dimensión terrestre, pero ¡Oh sorpresa! ¡Si existen! Y ahí en ese preciso instante es que me doy cuenta de que estoy en el cielo ¡si! No sé como, tal vez sin merecerlo, pues ¿cómo alguien que trata de gays a los ángeles y a veces se confunde y cree que Dios es mujer puede entrar en el cielo? Pero sin lógica existente allí estoy, parada en dos nubes inmensas que me sostienen alegremente y me confirman que el sueño de la eternidad tal vez se haga realidad.
Pero iba en los ángeles, los veo ¡Me dan risa! ¡No lo puedo disimular! Algunos danzan y mueven su cuerpo con una armonía tal que podrías pasar el resto de tus días observándoles sin mayor problema ni afán. En otro rincón me doy cuenta como otro grupito de ángeles más rudos y dinámicos patean un balón ¡Oh Dios! Eso me motiva más y me dirijo con sigilo a ellos, los observo un rato y luego les pregunto: ¿Será que puedo jugar? ¡Sí! Pero si sos hincha del Medallo, acá solo jugamos los calidosos contesta un ángel. ¡Ja ja ja! ¡Si monita! Si Dios se da cuenta de que seguís a otro equipo te exilian, o te condenan y te mandan a vivir al infierno allá donde juegan los demás.
De un momento a otro, se escucha un ruido estrepitoso, de una de las tantas nubes resplandece una luz fuerte que al principio encandila, pero que luego produce alegría, se escuchan varias vocecitas que dicen: ¡Es él! ¡Es él! Y efectivamente ¡Es él! O ¿Ella? No lo sé bien, su pinta de pelo largo, piel tersa y sutileza no me lo dejan saber.
Sube como en ascensor, yo lo miro y ¡vaya sorpresa! Lo que mas resalta en su delgado cuerpo es la camisa del Independiente Medellín que dice campeón por siempre, luego se da la vuelta y en su espalda tiene pintado el número 10, lo señala y hace alarde de el (Confieso que al principio llegué a creer que Dios era argentino) al instante grita con una voz fuerte: “entonces qué pelados ¿Nos jugamos un picaito? Ya saben pues, el equipo perdedor pasará dos noches en el infierno o en la tierra que es peor.
Como pude apreciar, Dios es paisa lo supe por su acento y también es hincha del Medallo eso me quedó muy claro.
¡Vamos pues a picar esto! Dice un ángel de apellido Garavito (Muy malo para jugar al fútbol) y Dios le contesta: “Hágale pues papá, la picamos vos y yo” el pique lo ganó el ángel, pero Dios le repunta al instante: “¡De malas mijo, yo escojo primero porque acá mando soy yo!
¡Oh desgracia! Dios no me escogió, se fue por un ángel bajito, de gambeta y goleadorcito, después el ángel que había ganado el pique me escogió a mi (creo que le gusté porque desde el principio miraba mis senos con ansiedad, ahí me di cuenta de que los ángeles no son tan gays) y así hasta quedar los dos equipos con cinco jugadores.
La lleva Dios, saca a uno (pero con una patada) luego pasa el balón y ¡Goool! Dios da un salto y en el aire besa su camiseta, el partido va 1-0 ¡Vida hiju…! Apenas conociendo el cielo y ya me van a exiliar.
Después sacamos del medio, yo paso el balón, me lo devuelven con una pared exquisita y ¡Gooool! ¡Si! Yo, una mujer había metido el gol, pero…
¡Un momento, ese gol no vale porque yo me estaba amarrando un cordón! Agrega un ángel del equipo de Dios ¡si! ¡Si! Y haber quien va a alegar dice Dios enardecido.
¡Vaya desgracia! El partido sigue 1-0 perdiendo.
La lleva Dios, la pasa a un ángel, este saca a uno, saca a dos, se dispone a disparar al arco (que son tres nubes ubicadas de forma respectiva, parecido a los arcos de las canchas de la tierra) mi arquero le achica, le saca el balón limpiamente y de nuevo esa vocecita de Dios que ya me estaba pareciendo cansona: ¡Hermano eso es penal, no seás tan cochino!
El penal lo cobra Dios, tapa mi arquero y de nuevo:
¡Se repite, se repite! No ves pues que ese “man” estaba adelantado.
¡No, no, no! Que fiasco ya íbamos perdiendo 2- a 0 y sin esperanza mínima de empatar.
De nuevo el balón lo lleva Dios, lo cubro e intento taparle los espacios, éste me empuja y me tira al piso ¡Si! Quedé tranquila, comprobé que era hombre ¡Vaya rudeza!
Gracias al partido me quedaron claras dos cosas:
Dios no parece mujer y lo ángeles no son tan homosexuales, pues eran “morbositos” e hinchas absolutos de mi equipo.
Las luces multicolores empezaron poco a poco a desvanecerse, el humo hermoso del principio empezó a desaparecer y la puerta grande se fue cerrando.
Me volteo de un lado a otro, oigo una vocecita dulce que me dice: Mi amor, ya levántate que vas a llegar tarde ¡Es mamá! Yo sólo puedo reaccionar: ¡Ah! Estoy en la tierra o sea que siempre perdimos.
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