
“UN PARQUE DE TERTULIAS”
Por: Jazmín Cartagena
“¡No hermano qué escasez de trabajo!”
“¡Sí parce hay que vender estos chiclecitos haber si me hago el día!”
“¡Vea viejo, ese clásico lo va a ganar el DIM!”
“¡No guevón! Esas reformas de Uribe no me gustan”
Todas estas son las frases más comunes que se escuchan en un sitio particular del centro de la ciudad de Medellín ¡sí! en el famoso y viejo parque Berrío. Ese en el que la gorda nunca se ha cansado de estar ¡sí! siempre presente en las citas de los enamorados, en la angustia de aquella chica que el novio deja esperando, presente en la venta constante de los vendedores ambulantes, y ya resignada a estar desnuda, presta su cuerpo para que los más tranquilos y hasta los más cansados se recuesten y diario fiel testiga de todos los acontecimientos urbanos.
Pero no sólo la gorda del parque Berrío logra que este sea un sitio especial, pues debajo de la estación están ellos: los vendedores, los habitantes de la calle, los desempleados y muchos otros que no cabe mencionar, siempre atentos ante cualquier novedad. Toda una comunidad reunida que no tiene otro sitio a donde dirigirse. Para unos este es su segundo hogar para otros el único.
Unos hablan del desempleo de la ciudad, otros de la política del país, hay quienes se preocupan más por hacer tertulias deportivas ¡sí! que Medellín, que Nacional y hasta Envigado son la excusa para ocupar ese tiempo que les transcurre lentamente.
“Lotería, lotería, jugá la lotería, el que no la juega no la gana, tengo unos números muy bonitos, no lo piense dos veces, lotería, lotería”
gritan otros que tratan de obtener unos pesos para adquirir un tinto o un simple cigarrillo que aunque no es mucho los hace sentir felices.
Basta sentarse sólo un segundo a los alrededores para darse cuenta que todas estas personas con miles de historias por contar, no son sólo una comunidad, son más que simples amigos, son una inmensa familia que comparten conflictos muy comunes y particulares.
“Embolo, embolo todo tipo de zapatos. A la orden señor, vea que tiene esos pisos muy sucios. Hágale patrón que yo se los dejo como nuevos” anuncia agónicamente otro individuo que pretende llevar la comida a sus hijos.
Y es que se nota a leguas que la vida no es muy fácil por ahí, pues todos buscan a como de lugar “los centavitos” para comprar algo.
“¡Qué vieja tan boba, si viste pues como le quitamos el celular y ni cuenta se dio!”
Celebra un grupito de jóvenes vestidos extrañamente y que ven en la delincuencia común, la forma más atractiva de conseguir dinero.
En un rincón de las escaleras del metro, siempre está él: un anciano de unos 66 años de edad, de apariencia fría, casi moribunda, nariz larga y ojos saltones.
Sentado y con su sombrero reposando en su rodilla y su bastón en el piso, este hombre mastica y mastica sin parar (en verdad nunca está comiendo nada) y de forma pausada y quejumbrosa le cuenta a otro lo dura que es su mujer, que ya no lo quiere y que lo manda diariamente para el parque (aunque a veces él se oponga) y mientras habla, hace una fuerza rara y hasta increíble para no llorar:
“Uno se va volviendo viejo y ya estorba, por eso es que Tulia ya no me quiere, ni me lleva al médico, sólo espero ansiosamente a que me llegue el día” repite constantemente el anciano bastante conocido por los alrededores del parque.
Como esas hay muchas historias por contar: la del señor que vende los mangos, la del lotero de la zona, la de los jóvenes delincuentes, la de la ancianita que vende mazamorra, la de un artesano, la del niño que vende minutos a celular, la historia de los desempleados, de los viejos todas son anécdotas muy jocosas y humanas que convierten día a tras día al parque Berrío en un sitio muy particular en el que es necesario internarse para descubrir a un montón de habitantes que tienen siempre algo nuevo que contar.
Y entre política y discusiones contra la pobreza y el desempleo, toda esta familia del parque Berrío seguirá unida y presente para hablar de fútbol, de problemas sociales e intentando vender algo, sea un chicle o un tinto, hechos que seguirán vigentes en el centro de la cuidad para conservar la tradición de un pueblo antioqueño vivida desde el famoso parque Berrío.
“Señores y señoras me da mucha pena pedir su colaboración, pero es que tengo estas limitaciones físicas, alguien me puede ayudar”.
“Yo soy un calidoso para el fútbol, me voy a hacer treinta y una y ustedes me colaboran con lo que puedan”.
Y así entre historias y cuentos, la gorda seguirá siendo la más querida por todos y sin lugar a dudas seguirá dando albergue a todos aquellos que a diario se disponen a esperar y esperar y por supuesto que continuará presente y firme ante todos los acontecimientos de este sector paisa, que encierra hechos desconocidos para casi todos los habitantes de la ciudad.
“Si ve hermano, yo le dije que ganaba El Medallo”
“Nunca voy a volver a votar por nadie, la política es pura mierda
y nosotros seguimos igual”.
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